Leopoldo Bello

Leopoldo Bello

Ya no morimos de viejos, nos moriremos de niños

5 July, 2019

En el capítulo número 77 titulado: “Profesor”, de la video-serie Reflexio- nes de Repronto, Raúl Minchinela, prestado a uno de los análisis culturales más amenos que he visto en los últimos años, nos dice: “Efectivamente, la televisión supone una ventana al mundo y en esa venta- na todas las personas que intervienen resultan tener este elemento en común, las personas televisadas no vienen ni con un proyecto, ni con un designio, ni con una aspiración, ni con un plan, no persiguen un rol, ni una función,  ni un cometido, lo que tienen es, un “sueño” y lo que diferencia el sueño del rol, de la función y del cometido, es que el sueño viene de dentro, el sueño se fragua en las entra-  ñas, se modela en el carácter y se forma en el espíritu.

El sueño es el anhelo interno que por haberse forjado en lo más profundo del tesoro interior, destila necesariamente la esencia del que sueña, el sueño es la joya más preciosa del individualismo”. Entendido esto y después de haber visto una ristra de presentadores intro- duciendo el numen de programas televisivos  a lo Gran hermano, La Voz o America’s Got Talent; me pregunto si sería pertinente añadir esto al arsenal de la sistemática ñoñificación de la sociedad “moderna”, a la infantilización progresiva de lo que nos dejan para consumo  y si hay que preocuparse del aniñamiento de  la cultura.

Ya es habitual que nos inviten a inau- guraciones de Milk bars en sitios donde te preparan cócteles con leche y sirven galletitas para que las remojes con un Lite Brite gigan- te, para que te entretengas si te toca un amigo que se puso muy profundo en la conversación, sitios decorados con posters a lo campaña: Got Milk?, y la incansable atmósfera de: “para que saques el niño que hay en ti”. El algoritmo de Spotify no para de sugerirte listas de reproducción inspiradas en “Forever Young” de Rod Stewart cuando lo que haces es escuchar a Chavela Vargas, Susana Rinaldi o Ismael Rivera; sin reparar en que cuando pillan que  te gusta el tag tropical, barajan artistas como Bad Bunny, Cardi B o Justin Bieber cantando: Despacito.

 

 

 

 

No creo que todo tiempo pasado haya sido mejor, pero es obvio que la in- dustria del ocio nos empuja con insistencia hacia parcelas del más puro y duro contenido teenager. Ahora es común ver a tus contactos en Facebook pedir que les decores con memes de gatitos sus posts pues se sienten “depre” y necesitan un empujoncito y si leen algo como esto, pueda que te acusen de forzarlos al Adulting.

Que no se me agarre por el lado equivoca- do, los años mozos son sabrosos y necesarios, son como un hermoso surco para que el arado labre la experiencia abonada por el brío y por la batería cargada de energía fresca. Pero también vale la pena hablar un poco de esta vida “moderna” que se lleva a pulso de twitter con pulgar a mil por hora empujando el timeline, donde se normaliza la brevedad, el café instantáneo y el no tengo tiempo de parar y reflexionar; el me quito las arrugas con botox y las canas con tinte, el quicky humorístico del meme y la prensa “seria” colando cada  vez más las aventuras de las Kardashians y bombeando entretenimiento a lo fast food para que se te olvide que cada vez te queda menos tiempo libre.

Los ataques de angustias y preguntas tipo: “el por qué de la vida” se solucionan con terapeutas y especialistas, ya no se aceptan los consejos de los abuelos u opiniones de personas mayores; si un político o pensador está sobre los cuarenta o subido   de canas lo tratamos de vejestorio, antedi- luviano o pureta y así vamos convertidos en gerontofóbicos sin darnos cuenta alguna,  al filo del horror por saber que nuestra lozanía tiene fecha de caducidad y que en cualquier momento nos llevarán por delante sin que nos demos cuenta.

Somos el Pichulita Cuéllar de Los Cachorros que Mario Vargas Llosa es- cribió, pero en versión 2.0, pusilánimes, cas- trados y sin dejar que ninguna tendencia se nos pase, amarrados a nuestros mini-ataques de ansiedad diarios, tomando decisiones con vértigo por la responsabilidad y atemorizados del mundo que nos rodea.

Así nos empollan estos días, al calor de nuestra pantalla del celular, inmaduros y maleables, sin permitirnos a nosotros mismos la pregunta: ¿Por qué la cultura se está rele- gando solo al entretenimiento y se arrincona cada vez más el espacio para el pensamiento crítico? Ya vendrán los talibanes de la tecno- cracia a decirnos que vivimos en la cúspide del pensamiento humano y que de daños colaterales está minado el camino al futuro.

Total, aquí nadie está para pensar mucho, que eso quita tiempo, apúrate que en nada se te acaba el tiempo para tu “sueño”.