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Quecholli es un secreto: Mujeres intercambiables en cárteles y fiesta en la madriguera

6 August, 2018

La memoria como un remedio para el mal de Tzvetan Todorov identifica cuatro roles principales en las narrativas del bien y del mal: el villano y su víctima; el héroe y sus beneficiarios (8-10). Al examinar la esfera patriarcal de los cárteles mexicanos y sus narrativas, específicamente Fiesta en la madriguera de Juan Pablo Villalobos, podemos ver que las mujeres desempeñan el papel de víctima. Feminicidio se define como “el asesinato misógino de mujeres por hombres…” (Fragoso 283).

Fragoso explica que esta violencia es “consecuencia lógica del sistema patriarcal que mantiene la supremacía masculina” (284). Es fácil disolver la empatía a favor de demonizar a los perpetradores cuando leemos sobre los horrores del narcotráfico. Todorov afirma que para evitar una ‘repetición de acontecimientos’ se requiere reflexionar sobre las circunstancias que dieron lugar a actos bárbaros, las motivaciones de los responsables y los medios que emplearon (80).

No podemos simplemente culpar a los hombres como Guzmán, o el ficticio Yolcaut, sin mirar los sistemas de patriarcado y explotación económica. Es natural estar sorprendido sobre las realidades de la narco-violencia; para comprender, debemos emplear la empatía. Fiesta en la madriguera revela, a través de la estructura narrativa, la victimización de las mujeres en los cárteles mexicanos, e ilumina simultáneamente la humanidad de sus agresores y el sistema omnipresente que perpetúa la estratificación de clase y género.

Más de dieciocho mil personas en todo México han muerto debido a la narco-violencia este año (Lohmuller 1). Estas condiciones extremas se han perpetuado en parte por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que básicamente eliminó las barreras comerciales entre Canadá, México y los Estados Unidos (Carter 1). Las ganancias corporativas, el comercio y la inversión se dispararon a medida que las compañías estadounidenses se mudaron hacia el sur, pero las tasas de empleo decayeron.

El maíz estadounidense inundó el mercado mexicano y dejó a millones de agricultores fuera del trabajo, y varias otras industrias mexicanas fueron destruidas. La población empleada sufría bajo condiciones difíciles, especialmente las mujeres en las maquiladoras. Puede argumentarse que una economía abierta permite la especialización en la producción para cada país, pero es evidente que el TLCAN ha impedido el desarrollo mexicano. Es mejor pensarlo como un sistema imperialista y explotador que coloca a los mexicanos en posiciones vulnerables. Además, el narcotráfico y sus ‘empleados’ también están sujetos al consumismo de Estados Unidos como víctimas y villanos, lo que refleja el círculo vicioso del TLCAN. Todo esto ha contribuido directamente a los niveles de pobreza en México, lo que resulta en un violento y patriarcal tráfico de drogas.

Aparte de los problemas sociales, el “gendering de la esfera pública” identificado por Wright contribuye a las tasas de feminicidio relacionado con las drogas (710). Esto funciona como un “mecanismo de violencia para definir y controlar… en torno a la exclusión de lo femenino de la esfera pública de la política, la economía y la cultura… el género, en otras palabras, es central a la dinámica violenta…” (Wright, 710). Parece que cuando son mujeres trabajadoras, se les permite el acceso a la esfera pública: trabajadoras de fábrica, o prostitutas en particulares zonas de tolerancia, literalmente llamadas ‘mujeres públicas’. Las autoridades afirmaron que estas chicas asesinadas, ‘mujeres públicas’, probablemente llevan ‘vidas dobles’ y que sus desapariciones son sólo el resultado de una cadena natural de eventos, justificando la falta de convicción e investigación (Wright 714).

“El discurso de la mujer pública normalizó la violencia y utilizó los cuerpos de las víctimas como una forma de sustentar la política basada en las nociones patriarcales de la normalidad” (Wright 713). En resumen, una mujer pública es la causa de la violencia, y su asesinato proporciona un medio para ponerle fin. Este discurso se convirtió en una herramienta clave para posicionar a las mujeres muertas en un orden político que racionalizara la violencia contra ellas. Una de las formas más preocupantes de violencia contra las mujeres perpetrada por los cárteles es el secuestro con fines de esclavitud sexual, del que, si hubiera categorías, tendría las mujeres que permanecen desaparecidas, las ‘novias’ de un jefe, los casos ficcionales, y las sobrevivientes (Balderas 3).

Oscar Balderas ofrece una sorprendente narrativa de la mujer, ‘Daniela’, quien, al principio de su viaje, trabajó en una maquiladora nicaragüense. Ella describe su secuestro a manos de los Zetas: fue recogida por una camioneta y rodeada de hombres armados. Cuando ella, sin saberlo, llega a la frontera México-Estados Unidos, se le ordena que siga a los hombres por un edificio con un sistema de túneles hasta que eventualmente llegan a “un sótano casi sin muebles: cuerpos desnudos y encadenados a las columnas que van de techo a piso” (Balderas 1). Ella describe los cuerpos de mujeres jóvenes, ensangrentados y violados, y recuerda haber preguntado por qué sucede esto. Ella recibe por respuesta: “porque esos clientes son buenos y pagaron mucho dinero” (Balderas 2).

En sus años como esclava sexual sobrevivió pese a la intensa hambre, el aislamiento, la explotación, la manipulación, la tortura, la humillación, el consumo forzado de drogas, y los abusos físicos, mentales, emocionales y sexuales. Ella fue constantemente vigilada, rastreada por un chip colocado en su pie; nunca se le permitía salir o hablar fuera de turno. Fue testigo de multitudes de hombres que disfrutaron al ver su sufrimiento.

En ese mundo dominado por la violencia, las mujeres no son más que sus cuerpos. Las mujeres son objetos, vasijas y herramientas de sus captores. Obviamente, en esta situación, hay algunos que son víctimas y otros que son villanos. Debemos considerar los factores socioeconómicos que motivan a los villanos. Usando los pensamientos de Todorov, la empatía y la memoria sirven para humanizar a aquellos que dudamos en nombrar como humanos. Por desgraciados que sean sus actos, los narcotraficantes están sometidos a las mismas presiones socioeconómicas que sus cautivos. Así, a través de formas narrativas y análisis de las realidades socioeconómicas, podemos lograr una mayor comprensión de la condición humana.

“La mujer en la narcoliteratura es representada como un simple objeto o un individuo sumiso por lo hombres” (Nieto-Cassab 4). Tal vez, una de las narrativas más famosas de la agresión hipermasculina encontrada en los cárteles mexicanos está en Fiesta en la madriguera de Juan Pablo Villalobos. Esta historia narra la vida de Tochtli, hijo de Yolcaut, un narcotraficante en la cúspide del poder y riqueza viviendo en un palacio aislado. Quecholli, la novia de Yolcaut, aunque se menciona con poca frecuencia, es un símbolo de miedo y silencio entre la violencia y la explotación. Su nombre literalmente significa conejo en náhuatl, asociándose con imágenes de inocencia y valor reproductivo. Lleva joyas y se presenta absolutamente sin antecedentes.

Lo primero que oímos de ella es de Tochtli, que dice “La persona más muda que conoce a los quecholli” (Villalobos 30). “Es un secreto, todo lo de Quecholli es un secreto. Anda por el palacio sin mirar a nadie, sin hacer ruido, siempre pegada a Yolcaut. A ratos desaparecen y vuelven a aparecer, muy misterioso” (Villalobos 31). Su momento más vocal ocurrió en la cena cuando Tochtli le pregunta de dónde es, sólo para ser interrumpido por Yolcaut respondiendo que es del “rancho de la chingada” (Villalobos 33).

Quecholli representa el silencio que rodea la violencia y el narcotráfico, una estatua de piedra ante el horror, no callada por elección, sino porque es más seguro. “El silencio, la nada del sonido, es una cruda materialización de las prácticas de opresión, supresion, y dominación … Quecholli vuelve así … el cuerpo y el talle de su vestido, y su sexualidad, solo el eco de un individuo extinto, anulado por su relación utilitaria con el dinero y el poder” (Avilés 66).

Nieto Cassab interpreta esta imagen de Quecholli como la imagen típica de las mujeres mexicanas: casi invisibles, sólo sirviendo para parecer bellas, para permanecer en silencio, para mantenerse dependientes de los hombres, para permanecer sumisas y superficiales (5-6). Aunque Fiesta en la madriguera sea una narrativa espantosa, es necesario leerla para entender los horribles acontecimientos que ocurren en la novela y en nuestro mundo. Las historias, más que nada, nos ayudan a emplear nuestro sentido de empatía y a mejorar nuestras percepciones de los villanos y las víctimas en cuestión.

Claramente, las mujeres han sufrido algunas de las consecuencias más duras del patriarcado, las pérdidas socioeconómicas y la violencia relacionada con las drogas en México. “Por lo tanto… hay que tomar en cuenta el análisis de la hegemonía patriarcal relacionada con la hegemonía capitalista… en el cual se sitúa la violencia de género (Fragoso 294). El ejemplo más obvio es el TLCAN, que contribuyó especialmente a una mayor vulnerabilidad de las mujeres mexicanas y de la población de este país en general, una de las reparaciones que constituye niveles de violencia de cárteles.

La memoria del pasado no sirve de nada si se utiliza para construir un muro entre el mal y nosotros; nosotros que nos identificamos exclusivamente con las víctimas inocentes y buscamos expulsar a los agentes del mal fuera de los confines de la humanidad. Todorov conjetura que el remedio para los actos horribles no debe consistir simplemente en recordar el mal del que nuestro grupo o nuestros antepasados fueron víctimas. Tenemos que dar un paso más y preguntarnos por las razones que fueron el origen del mal. La literatura y las narrativas nos permiten descubrir los lazos que unen al individuo con lo colectivo, desarrolla un formato de creatividad y reflexión, y nos da la oportunidad de humanizar incluso a los criminales más violentos.