Jochy Herrera

Jochy Herrera

Marcianas

24 March, 2021

Areografía

Marte está de moda. Lo dicen las imágenes televisivas y la primera plana de los diarios de todo el mundo; lo confirman el oráculo de CNN y los trending topics de las redes sociales. Jamás los terrícolas se habían fijado tanto en el segundo planeta más pequeño del sistema solar y cuarto en orden de distancia respecto al astro mayor. Su apariencia rojiza, reminiscente de la sangre, proviene del alto contenido de óxido de hierro presente en la árida superficie de los 145 millones de kilómetros cuadrados que le conforman. Similar a la Luna y a los desiertos terrenales, su exterior revela misteriosos cráteres, vastas dunas, campos de lava, e inmensos restos volcánicos.

Como si se tratase de una letal trampa protectora contra curiosos invasores, posee una atmósfera carente de oxígeno y altamente rica en el irrespirable dióxido de carbono. Gracias a las características de su peculiar órbita, en determinadas épocas puede encontrarse tan cerca de la Tierra como a 55 millones de kilómetros, o tan lejos como 400 millones. A pesar de tales inimaginables distancias, se han identificado al menos 57 meteoritos marcianos que embistieron distintos lugares del globo terráqueo quizás portando en su interior crípticos mensajes codificados en el alfabeto geológico que les define. ¿Acaso los habrán descifrado los astutos ingenieros espaciales de la media docena de naciones que espían a Marte día y noche?     

 Esperanza y perseverancia

Fue la sonda soviética Mars 1, en 1963, el primer “terrícola” en acercarse a la superficie marciana, y Mars 3, el primero en tocar su suelo un 2 de diciembre de 1971; posterior a estas hazañas, los Estados Unidos y la India se unieron al exclusivo círculo de visitantes del planeta rojo. Sin embargo, hubo de esperar hasta las primeras semanas de este 2021 para que modernos vehículos espaciales, tres de ellos, arribaran a las inmediaciones de Marte casi simultáneamente: Hope, una sonda emiratí que dedicará su vida útil a explorar su órbita; Perseverance, de la NASA, que tras viajar 480 millones de kilómetros durante siete meses amartizó hace apenas unos días; y la nave china Tianwen-1, la única en viajar, entrar en órbita, y explorar dicho planeta en una sola misión al astronómico coste de ocho mil millones de dólares. ¿Qué busca, pues, el Hombre hipermoderno en los recónditos espacios siderales? ¿Calmar su sed de conocimiento? ¿Rastros de vida en cualquiera de sus formas? Quizás potestad y hegemonía.     

Amor y guerra

Marte nació hecho leyenda tras heredar su nombre del dios romano de la guerra, el Ares griego que representaba además la deidad de la valentía, la pasión y la virilidad masculina. Padre de Rómulo, fundador de Roma, fue un apreciado patrón de muchos pueblos itálicos cuyos ilícitos amores con Venus desataron ira y despecho entre los habitantes del Olimpo. Un inusual óleo paisajista del Renacimiento temprano plasmó aquella adúltera relación como símbolo del contradictorio enfrentamiento entre las pasiones humanas por antonomasia: el amor y la guerra. El Venus-Humanitas reflejo del poder del primero, que derrota la fuerza bruta simbolizada en el segundo.

Se trata del lienzo Venus y Marte de Sandro Boticelli, en el cual nuestros protagonistas aparecen uno frente al otro; ella, vestida, en evidente control de la realidad revelada a decir por la firmeza de su semblante, y él, sumado en el éxtasis de la derrota erótica, o, quizás, ingenua víctima de Morfeo plasmado en un desnudo alegórico a la adánica imagen bíblica. Curiosamente, la escena aquí discutida fue relatada por Ovidio en Las Metamorfosis con un cierto dejo de compasión hacia el Sol que, sorprendido, no ocultó su sorpresa ante dicha visión: El primero que el adulterio de Venus con Marte vio/ se cree este dios;/ ve este dios todas las cosas primero./ Hondo se dolió del hecho y al marido, descendencia de Juno,/ los hurtos de su lecho y del hurto en lugar mostró (…). No cabe duda entonces, que los dioses, Marte incluido, siempre enflaquecieron ante las pedestres aventuras humanas.

Rojo mítico

En Mitologías, Roland Barthes detalla la naturaleza de las relaciones acontecidas entre la semiología y las ciencias sociales; su visión del Hombre, la organización del cosmos y las sociedades humanas. Resalta que en el sistema de símbolos al que nos somete el entorno, somos testigos del vínculo existente entre significante (imagen de orden psíquico) y significado (el concepto), ambos interconectados a través del signo que con frecuencia es transformado en mito. Mito, para el francés, es el habla que define aquel sistema; apoyado en un fundamento fuera del tiempo histórico, este constituye una narración maravillosa portadora de un mensaje dotado de forma, mas desprovisto de sustancia. Mito es, en consecuencia, realidad evanescente.

En un ensayo incluido en aquella obra seminal del pensamiento occidental, Barthes establecía los que a su modo de ver constituían rasgos del mito y lo mítico en el contexto de la Guerra fría y la lucha de clases a propósito de Marte. Utilizando como punto de partida las disputas por la superioridad espacial acaecidas entre la URSS y Estados Unidos, argumentó que dicho planeta había sufrido una suerte de apropiación por el establishment en la que su identidad resultó alienada y puesta a merced del discurso político. Aún más, afirmó que la mitología occidental había adjudicado al eje comunista, representado en la desaparecida Unión Soviética, la alteridad de un planeta en tanto que esta constituía un mundo intermedio entre la Tierra y Marte. Seis décadas después, la historia es otra:

Los platillos voladores han desaparecido y con ellos la invasión de los marcianos que tantas series televisivas anunciaron; las potencias interesadas en el planeta que nos ocupa ya alcanzan la media docena y sus éxitos se anuncian desde Dubai, territorio hijo de la fantasía, y en la voz de una colombiana que limpió casas a fin de costearse sus estudios de ingeniería espacial (hecho resaltado hasta el hastío como si los oficios necesitasen ser dignificados); por último, la planicie donde se posará el pájaro mecánico que el gigante chino ha enviado a Marte, curiosamente, lleva el nombre de Utopía. Han muerto, pues, los mitos, sin duda alguna.   

Incertidumbres cósmicas

Tianwen-1 (“Preguntas celestiales”, en el dialecto mandarín) es el nombre con el cual la Administración Nacional China del Espacio ha bautizado la sofisticada nave que inaugura su primera misión a Marte. Hace referencia a un poema escrito durante la dinastía de los Reinos combatientes atribuido a Qu Yuan (340 a.C.) considerado por muchos el primer poeta de aquel país. Estructurado en 172 preguntas sin respuestas, el contenido de este intrigante texto parte de tres dudas acerca del origen del cosmos:

Al comienzo de la antigüedad, ¿Quién contaba el cuento?

Cuando arriba y abajo no estaban formados aún, ¿Quién había para preguntar?

Cuando lo claro y lo oscuro se confundieron, ¿Quién podía distinguir?

Bautizar la máquina protagonista de la más reciente aventura espacial de la China contemporánea a partir de la mitología aquí descrita, parecería procurar un sugerente propósito: remontarnos al corpus teórico-científico que a través de las civilizaciones pretendió explicar nuestras dudas sobre el principio del Universo. Porque desde la cosmología hindú abrazada por los Vedas a finales del segundo milenio antes de nuestra era; desde las frescas ideas del presocrático Tales de Mileto; desde el Timeo platónico que quiso hacerlo partiendo de una concepción esférica donde la Tierra constituye su centro; hasta Aristóteles, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Newton, y el incomparable Einstein, siempre insistimos, pies a tierra, en responder aquellas interrogantes de Qu Yuan. Quizás el veredicto aguarda oculto tras el silencio del suelo marciano.       


Jochy Herrera es cardiólogo y ensayista; autor de Estrictamente corpóreo (Ediciones del Banco Central de la República Dominicana, 2018). Editor fundador de la revista Plenamar.do. 


Imagen: Venus y Marte, de Botticelli