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#YoTambién

8 August, 2018

El pasado 6 de diciembre del 2017, la revista Time nombró como Person of the Year, 2017, a las mujeres que rompieron el silencio sobre los abusos a los que han sido sometidas. El hecho a remarcar aquí no es si tales historias son o no ciertas, o si pasó mucho tiempo antes de que las sacaran a la luz, ni tampoco si las víctimas eran o no famosas; el factor determinante es la ruptura del silencio, es la voz alta de quien se ha callado y es a la vez, la legitimación por quien las escucha: I believe the women debe hacerse consigna de ahora en adelante.

Cuando un par de artículos, uno del New York Times y el otro de la revista The New Yorker, desenmascararon este pasado octubre al poderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein, como perpetrador constante de abusos sexuales, conductas inapropiadas, extorsión y diversas otras canalladas, el escándalo no fue apagado ni guardado calladamente en un cajón inaccesible, donde normalmente estas acusaciones suelen acabar. Todo lo contrario. Por primera vez en la historia de la lucha de género, las mujeres decidieron no callarse más y cada testimonio, cada palabra publicada, cada experiencia contada, no ha hecho más que atizar más y más un fuego que dista de apagarse pronto y que ya ha quemado a varios personajes, hombres poderosos del mundo del espectáculo, de la política, del radio y la televisión, irremediablemente.

Esta ola crecida encontró su cúspide bajo el hashtag #MeToo, o #YoTambién en español, cuando cientos de miles de mujeres tomaron las redes sociales por asalto, viralizando y convirtiendo en movimiento estas dos palabras, cuyo propósito único ha sido el de sumar todas las voces acalladas por años y años, para comentar, decir, añadir, confesar que ELLAS (y algunos ellos, que no hay que olvidar que cuando hablamos de someter al otro, muchos hombres y niños pueden ser víctimas), también, han pasado por algo semejante.

El efecto que ha tenido esta vorágine de confesiones ha sido sorprendente y brutal. Las imputaciones surgidas a su raíz, se han dejado sentir en todo tipo de medios, lugares de trabajo, hogares, y ha tomado un lugar central en la conversación colectiva, causando bastante incomodidad en largos sectores de la población, incredulidad en otros, sorpresa genuina en casi todos lados. Podríamos decir que finalmente se le ha otorgado a la mujer la plataforma necesaria para hacerse oír y hacerse validar, pero no podemos hacernos tontos o pretender que todos aceptarán esta nueva realidad. En gran mayoría de los casos documentados en los periódicos desde que se destapó el escándalo de Weinstein en octubre (más de treinta hasta fines de noviembre), el acusado insiste en que se le está difamando o minimiza los hechos, alegando complot (como en el caso del candidato al senado por Alabama, Roy Moore), malinterpretación de los hechos (como afirma el actor Jeffery Tambor), ignorancia (“no conozco e esas mujeres” claman varios) u olvido (“si hice algo inapropiado, no lo recuerdo”, es el argumento de otros).

Pero por cada uno de aquellos que lo niegan, hay otro que tiene la entereza moral para aceptarlo y no solo lo reconoce, sino que se disculpa. Cabe esperar y ver de qué manera estos “reconocimientos” afectarán legalmente a dichas personas y si esto traerá repercusiones sustanciales en la forma de pensar y actuar del colectivo masculino; lo más importante, sin embargo, es que se le está dando a las mujeres una plataforma en la que, después de años de silencio, finalmente pueden ser escuchadas y creídas.

Históricamente las mujeres hemos tenido que aprender a vivir bajo el peso de ser tratadas como inferiores, a acostumbrarnos a que nos digan cosas y se refieran a nuestro físico de forma ofensiva o cuando menos incómoda, a que nos manoseen en lugares públicos, a que nos paguen menos, a que nos amenacen con sufrir las consecuencias si no respondemos a los avances del que está por encima de nosotras en la escala social y cultural del poder, a que nuestras parejas nos maltraten, golpeen y, en muchísimas instancias, nos maten. Esta es nuestra realidad y aunque ahora se manifiesta tan abiertamente y todos la pueden leer y escuchar, para nosotras no tiene nada de nuevo. Para muchos hombres, sin embargo, esta es una historia que conocían tal vez solo a medias, o que conocían como algo común, parte del statu-quo, algo demasiado arraigado a nuestra cultura como para que los moleste, semejante a tener una verruga en algún lugar del cuerpo: ahí está, no me afecta, no me pica, no me duele, no es atractiva, pero al menos no tengo que mirarla todo el tiempo.

¿Y ahora qué? ¿Se puede esperar que la cultura del patriarcado cambie en los próximos años? Honestamente, quién sabe. Lo que sí puedo afirmar aquí y ahora es que muchos padres, jefes, colegas, compañeros de escuela y de trabajo, líderes, donnadies, no querrán ajustarse a nuevas formas, tomarán ofensa tal vez, o pensarán que es tan difícil de lograr que es mejor no intentar. Mientras que al mismo tiempo, todas las mujeres que conozco ahora reconocen que los roles han sido tergiversados y que el suyo, no puede más que ser el que ellas elijan. Porque ninguna niña tiene porqué sufrir que un hombre, un familiar, se le meta en su cama en la noche y le haga cosas incomprensibles. Porque ninguna adolescente tiene que beber un trago adulterado y despertar embarazada, obligada a casarse con aquel que la violó. Porque ninguna niña, jovencita, debe sentir miedo de atravesar una avenida grande donde dos de cada tres automovilistas le gritan cosas al verla pasar.

Porque ninguna mujer profesional tiene que aceptar como normales los avances de otros hacia ella, por temor a perder su trabajo; o que la minimicen en público solo porque es la única mujer; o que le paguen menos que a su contraparte masculina, pese a hacer el mismo trabajo. Porque ninguna madre, ama de casa, novia, amiga, debe aceptar como normal que su hombre la golpeé, la engañe, la intimide, la amenace, la torture, la viole, y que nuestra sociedad, acostumbrada a tales pesadillas domésticas, no se inmute cuando ve la pequeña nota en el periódico diciendo que la mató finalmente.

Nos queda pues, esperar y ver que este movimiento no solo agarre fuerza, sino se afiance en la indignación popular y permanezca como ejemplo y punto de partida hacia el cambio necesario que se tiene que dar, por una sociedad verdaderamente igualitaria, por un mundo justo para todos, por una vida sin silencios y sin miedos.