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Ganas y curiosidad

6 August, 2018

Casi sin darme cuenta han pasado diez años desde que empecé a desarrollar, junto a Rosario Vargas, fundadora y codirectora artística de la compañía Aguijón Theater, el programa de teatro para jóvenes Nuestra Cultura, en colaboración con After School Matters.

Desde sus inicios, además de servir como un taller de integración teatral para adolescentes en la ciudad, queríamos explorar, como su nombre lo indica, nuestra cultura—esa amalgama de acentos, etnias, tradiciones y demás que forma la denominada latinidad—a través de su teatro y literatura. Como compañía teatral cuya misión principal es la producción de trabajos en español, era importante, además, hacerlo completa o mayormente en este idioma. Esto es algo que ahora, que se ha vuelto a enconar la llaga de racismo y xenofobia que siempre ha plagado a este país, vemos como parte central de este programa.

En estos momentos, es algo casi radical ver a un grupo de jóvenes urbanos, en su mayoría latinos, llegar desde diferentes zonas de la ciudad—algunos son vecinos muy cercanos, otros viajan largas distancias—hasta nuestro rincón de Belmont-Cragin en Chicago (donde el 80% de la población es latina) para trabajar con textos hispanos, latinos, en español o bilingües y acercarse, muchas veces por primera vez, a la disciplina teatral.

No sé si hemos corrido con una suerte especial pero ya han sido cientos de muchachos que han completado el programa—muchos han compartido con nosotros durante los cuatro años de secundaria—y, hasta ahora, no nos hemos topado con el monstruo de la desidia y la apatía que dicen se adueña de los temibles teens. No quiero decir con esto que no nos hemos enfrentado a retos. Es cierto que esta es una etapa difícil en el desarrollo humano, marcada de altibajos emocionales, exacerbados, quizá, por la tecnología voraz que nos rodea.

Pero, a pesar de estos retos, o tal vez gracias a ellos, siempre hemos encontrado en estos muchachos ganas de colaborar, ganas de crear, ganas de contar sus historias. Y mucha curiosidad. Ganas y curiosidad. El antídoto a la desidia y la apatía. Prefiero pensar, entonces, que no es cuestión de suerte sino que los jóvenes que han sido, son, y serán parte de Nuestra Cultura—“nuestros” jóvenes—no son excepcionales. O sea, no son la excepción a lo que muchos esperan de ellos, el desinterés.

Quizá no quieran leer los libros que nosotros pensamos deben leerse, tal vez les guste una música que nos parece horrorosa y nos hace pronunciar la exclamación con la cual declaramos que ya nos somos tan jóvenes como nos queremos creer: “ya no se hace buena música como la de antes”, y seguramente muchas de nuestras referencias culturales los dejan con el rostro en blanco pero, por muy trillado que suene, estos jóvenes son el futuro. Y están listos. They got this. Hechos recientes lo han demostrado.

 

 

El 14 de febrero, un día en el que muchas personas en este país, especialmente los jóvenes, celebran el amor y la amistad (y sólo un día después del inicio de la sesión de primavera de Nuestra Cultura), un joven perturbado se coló en Marjory Stoney Douglas High School en Parkland, Florida, con un rifle semi-automático del estilo AR-15, dejando en su estela 17 muertos—3 adultos, el resto adolescentes—y 17 heridos. Este y otros eventos recientes pesaron mucho en nuestras conciencias cuando nos sentamos como grupo—participantes e instructores—para discutir el show que queríamos desarrollar, producir, y presentar al final del programa.

Estas sesiones de reflexión fueron desgarradoras y alentadoras. Desgarradoras, porque estos niños (sí, aún, niños) estaban demasiado familiarizados con los acontecimientos que, antes impensables, se han convertido, por desgracia, en el pan de cada día. Alentadoras, porque estos muchachos, al igual que los jóvenes de Parkland y muchos otros a través de toda la nación, tomaron la iniciativa, mostraron una valentía tremenda, y nos demostraron a nosotros, los adultos que se supone debemos guiarlos y protegerlos, lo que en realidad significan el liderazgo y el coraje. Momentos como estos y muchos otros que he experimentado a lo largo de este tiempo dedicado a trabajar con estos jóvenes me sirven de aliento siempre que ocurren y se multiplican estas pronosticables tragedias.

El tiempo tiene alas y esta última década trabajando con estos chicos se me ha ido en un abrir y cerrar de ojos. Por encima de todo, espero haberles abierto un poco su mirada hacia el mundo. Muchos se han convertido en amigos, algunos también en colegas. De todos ellos he aprendido, y sigo aprendiendo, muchísimo, especialmente en cuanto a la aceptación y la tolerancia. He visto como aceptan intrínsecamente, sin mucho parpadeo ni aspaviento, lo que a muchos adultos todavía nos toma por sorpresa y un cierto período de aclimatación. No solo toleran sino que aceptan. No solo aceptan sino que acogen.

En estos últimos dos años de pesadilla (y los que faltan todavía), los jóvenes han demostrado ser la luz al final del túnel. Con marchas, con protestas, con acción. He tenido la suerte de no perder la esperanza a su lado.